24 diciembre 2008

Un terrado para vislumbrar el miedo

Por: Armando Alzamora


«Poeta: el que trabaja en la explosión del mundo por medio de una imaginación poderosa que penetra en lo desconocido y allí se estrella». La reciente aparición de Terrado de cuervos (Tranvía Editores), de Pablo Salazar Calderón, me hizo repensar en esta aseveración de Hugo Friedrich respecto a la lírica moderna. Poeta, en el caso de Salazar, tal como se puede deducir de su propuesta, es aquél que configura –aunque otros podrán decir que ‘’ordena’’- un mundo desprovisto de luz, cegado acaso por al inconciencia del miedo. Es el juego de las cualidades materiales tergiversadas por el vaho lúgubre del pánico. Literalmente: la premonición de una visión insoportable que el poeta aquí recrea a través de un material verbal todavía incipiente (El pánico en un pañuelo mira el morado del silencio/ Se aferra a tus huesos/ Te atrae a la noche nueva).

El lenguaje en Terrado de cuervos es el primer organizador del caos: dínamo que impulsa la maquinaria de las cosas y su comunión con el cosmos. En esa relación res/verba, encontramos que Salazar confiere a los objetos de su universo cierta naturaleza onírica (‘’autopista blanca’’, ‘’bola de piel’’), como la huella de un escape, porque, tal como afirma Michaux en el epígrafe de la plaquette, es el miedo «que solamente aguarda un alivio para manifestarse». Hay en esa espera algo de trágico, quizás porque detrás de aquella negligencia –existencial, si se quiere- radica el límite último de la esperanza, una herencia que en nuestra cultura es, por lo general, legado del cristianismo (En la cruz/ Que el dedo medio dibujó en la pared/ Sobre mi cama/ Ya no hay tiempo/ Sólo el olor a los huesos sin origen/ Circulando la noticia fantasma). Abolida esa última instancia, no queda ni el alumbramiento de una simulación: es esa manera en la que entiendo los últimos versos de la plaquette: como una mecánica táctil en la que se nos aparece ‘’la vislumbración de lo oculto’’ en medio del marasmo simbólico.

Desde mi parecer, Salazar no logra resarcirse de esa primera influencia juvenil que adolecen los poetas, en su mayoría, al comenzar su recorrido. Sin embargo, lejos de imitar un lenguaje, se intuye una lucha dialéctica entre el poeta y su escritura. Y son pocos quienes salen victoriosos. Para concluir, quiero dejar al lector eso últimos versos sobre los que hice alusión en el párrafo anterior. Saludos desde esta sección.

Apenas las altas gotas del sueño
Lentas
Y gigantes
Contra el empeine de mis abismos.



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Terrado de cuervo
Pablo Salazar Calderón
Tranvía Editores
2008
16 pp.