21 septiembre 2008

Sonó el tambor de la nostalgia

Manuel Morales, una de las voces más representativas de la poesía del ’70, falleció en octubre del año pasado en Porto Alegre, Brasil. Hoy queda el vacío irreparable y la incerteza de saber si en un futuro no muy lejano se publicarán los poemas que el autor durante tantos años escribió y guardó.
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»» Por: Armando Alzamora.

FATALIDAD LATENTE

            Nunca entenderé la mala suerte de algunos poetas. Ni sus decisiones, tal vez absurdas, pero sobre todo radicales. En ambos casos, el resultado es siempre el mismo: una obra inconclusa que se convierte en el proyecto de lo que pudo ser una obra mayor. Rimbaud fue uno de ellos: habernos entregado esa poesía deslumbrante a tan corta edad, para después dejarnos en la espera irremediable que no hallaría jamás el fin añorado: el poeta sencillamente no volvió a escribir un solo verso. Del mismo modo, la obra del español Miguel Hernández, con apenas treinta y dos años de edad y un porvenir auspicioso, se desbarató víctima de la fatalidad cuando en 1942 acaeció su muerte. Y en nuestro país los casos no fueron ajenos. Javier Heraud y Luis Hernández son dos ejemplos. Víctimas de esa mala fortuna o de esa decisión inexplicable, la muerte les llegó en el momento en que la ebullición de sus obras empezaba a cobrar una fuerza arrolladora, dejando truncas dos carreras, aunque divergentes, desarrolladas con suma brillantez.

            Un nombre más se suma a esta lista negra lista negra: Manuel Morales, poeta marginal y legendario de la década de los ‘70. Su obra no iba más allá de un par de publicaciones, la insular plaqueta Peacen bool (1968) y el poemario Poemas de entrecasa (1969). Publicó también unos pocos poemas en la revista Textual (1971) y en algunos números de la revista que codirigió con Carlos Bravo Espinoza y Jorge Ovidio Vega, Gleba literaria. Luego de eso, su silencio poético ha sido abrumador.


MORALES Y LA POESÍA

            Se formó en las filas del movimiento Hora Zero, grupo en el que participó casi desde su fundación, en las aulas universitarias de la Universidad Villarreal. Recuerdo siempre las palabras con que Jorge Pimentel me relataba esas interminables noches de cerveza y dados en las que Morales imponía la única ley, su ley: ‘’En esta mesa únicamente se habla de poesía. Y el que no cumple, se me va’’. Esa ley, Morales siempre la hacía cumplir.

            Cultor de una dicción en la que confluyen el lenguaje culto y el de la calle, Morales ha sido −quizás no para muchos, pero lo fue− un paradigma de la libertad y el sentido lúcido y sincero de una lírica cuya preocupación no desbordó los planos de la cotidianidad. Su poesía se desarrolla allí, en el día a día, en las calles atestadas de esperanza –o acaso desazón−, en la cantina donde los trabajadores suelen retozar después de la jornada avasallante. Pero su poética trasunta el escollo de la sordidez para mostrarnos, a través de un vuelo estilístico altamente logrado, todo lo humano y bello que suele ser en ocasiones ese tránsito usual y familiar. Y rescatar esas pequeñas pero hermosas reflexiones no es algo que cualquier poeta pueda hacer; pero Morales lo logra. Alberto Escobar, en el segundo tomo de su Antología de la poesía peruana (1973), no me deja mentir: ‘’la estridencia formal que a ratos adquiere su lenguaje es la contrapartida a una básica actitud de nostalgia y de búsqueda por el sentido que se oculta tras el ceremonial cotidiano’’.

            Su Poemas de entrecasa nos muestra una óptica sarcástica de una sociedad indolente y oprimida, tal como puede interpretarse de sus poemas “Saludo” ("Saludo a los pájaros que malogran el arado/ A las doncellas de nalgas somnolientas / A mi vecino que ronca como un cerdo/ Y a su mujer que lo atrasa con un negro") e “Idiosincracia” (“Estamos acostumbrados a las mentiras./ Nos tratan peor que a negros./ Nos humillan peor que a negros./ Hasta nos venden como negros./ Y este país es el despelote./ Con el cuento del pueblo –nos estafan./ Nos hacen a diario el cuento del tío./ Estamos acostumbrados a las mentiras./ Al tira y afloja de unos cuantos pendejos./ Pero ya se les va acabar,/ Porque un día de estos se nos sale el indio”). En medio de ello, Morales, virtuoso apropiador, ilícito contemplador del caos, no sólo se limita a describir lo que permite su sensibilidad, sino que deja en ciernes la posibilidad de una ''subversión'' subalterna. Y es aquí donde radica otro punto trascendental de su obra: sigue la vida, como ahora, y sin embargo, siempre hay algo que puede cambiarse. Morales lo sabe muy bien, y no lo calla: su poesía irradia, pese a todo, un soplo de esperanza.

            Muchos quizás lo han de recordar por un poema breve pero sabio titulado “Si tienes un amigo que toca tambor”, hermosa demostración de sencillez y de un lirismo clarificador:  

Si tienes un amigo que toca tambor
Cuídalo, es más que un consejo, cuídalo.
Porque ahora ya nadie toca tambor,
Más aún, ya nadie tiene un amigo.
Cuídalo, entonces,
Que ese amigo guardará tu casa.
Pero no lo dejes con tu mujer, recuerda
Que es tu mujer y no la de tu amigo.
Si sigues este consejo, vivirás
Mucho tiempo. Y tendrás tu mujer
Y un amigo que toca tambor.

            En 1974 viajó a Brasil. Pocos sabrían que ese hombre de aspecto bonachón y ducho no volvería al Perú más que en una fugaz ocasión, en 1977. Después, la huella de su poesía, la memoria e incluso la ficción (se piensa con certeza que Morales es uno de los personajes de la novela El escarabajo y el hombre, de Oswaldo Reynoso) se han encargado de hacer perdurar su figura descollante en las letras peruanas.


SILENCIO POÉTICO

            Lo que para muchos resultó ser una carrera brillante tempranamente aniquilada por el rigor del trabajo, la rutina y el formar una familia lejos del lugar que le vio crecer, no fue más que el error involuntario de amigos y lectores azuzados quizás por el temor a una emulación rimbaudiana. Pero no, el poeta, transcurridas más de tres décadas desde su viaje, siguió entregado al oficio, tantas veces ingrato, de la poesía.

            Leo unas líneas que se le atribuyen: ‘’Ser poeta en el Perú no se lo deseo ni a Superman’’ y ‘’Publicar un libro en el Perú es más difícil que levantar una mesa con los dientes’’, y pienso que, a lo mejor, esos amigos y lectores estuvieron a un paso de acertar. Será entonces que Morales sintió lo que el poeta chileno Enrique Lihn afirmaba en uno de sus poemas más representativos: “Ahora que quizás, en una año de calma, / piense: la poesía me sirvió para esto:/ no pude ser feliz, ello me fue negado,/ pero escribí.” Será que, lejos ya, sabiéndose condenado a esa distancia y enfrentado con su propia escritura, decidió seguir el camino que inició, no ya por el afán de publicar, sino por perseguir lo que desde sus inicios fue su compromiso, tal como afirma en una carta dirigida a Jorge Pimentel y Tulio Mora, fechada en junio de 2005, luchar «para que la poesía no sea una farsa y sí el resultado dialéctico de una generación que ansiaba la libertad contra todos los indicios del oficialismo».


            Desde la distancia, Manuel Morales nos ha legado un puñado de poemas inéditos que esperamos, por el bien de la poesía, salgan pronto a la luz. Por ahora sólo nos queda esperar. Y que por favor no sean treinta años más. 

230 años sin Piranesi

Por: Armando Alzamora

No creo en las casualidades. Menos aún cuando recuerdo los grabados del artista italiano Giovanni Battista Piranesi y mi primer encuentro con ellos: fue a principios de 2008, trabajando en la sección de Arte y Arquitectura de una librería, me topé con un libro dedicado al estudio y exposición de su obra. Tal vez así debió pasar: suelo pensar que ciertas estéticas están destinadas a nuestro deleite por alguna correspondencia o semejanza con el espíritu del autor. Pero tengo claro también que la intuición es perfectamente capaz de escarbar en las raíces mismas del proceso artístico-creador, más allá de todo contexto y de la estructuración de dicho código.
Digo esto porque era, o creo serlo todavía, un completo ignorante en lo que a artes plásticas se refiere. Pero sigo creyendo en la similitud de temperamentos, en la correspondencia extraña y espiritual que solemos adoptar, y que se convierte, como ahora, en nuestra única defensa.
Fue por eso que en Piranesi vine a hallar la forma de una idea que -tal vez producto de una herencia colonial- ha estado presente vívidamente en ciertos pasajes de mi recuerdo y que con el tiempo fueron
arrastrados hasta un territorio ingrato: el olvido. Vi sus imágenes, y fue como recuperar un paisaje que alguna vez me perteneció: la arquitectura clásica, pero contradictoriamente derruida, como si se tratase de un mundo perdido, de una serie fabulosa de descubrimientos arqueológicos; los claroscuros ''bruñidos'' con que sus paisajes cobraban una apariencia más lóbrega; la soledad tenebrosa en que se sitúan sus sordos objetos en el espacio; los pasillos lúgubres que se perdían en la nada; los fondos enmudecidos e inundados de nostalgias antiquísimas; la vaga tristeza de un mundo en el que la Modernidad todavía irrumpía con lentitud. Todo eso me perteneció y lo creo; pero con Piranesi no sólo recuperé aquella luz, sino que ahondé aún más en ese universo fabuloso en el que el Ritorno a lo antiguo es el centro gravitacional de la obra.
Hay una anécdota interesante donde Piranesi expone una suerte de ''teoría del arte'': su amigo Hubert Robert, sumido en la perplejidad ante demasiado talento, le preguntó en cierta ocasión cómo era capaz de contentarse con tan pocas indicaciones para producir unos grabados repletos de ricos detalles. Piranesi respondió lo siguiente: "el dibujo no está sobre el papel sino completamente en mi cabeza, y tú verás esto sobre la plancha de cobre".
Es por eso que fascina Piranesi: dicen que no hay forma artística que no haya sido pensada antes por la humanidad. Pero, quizás, en cada momento histórico, en cada manifestación del hombre a través del arte, quede el rastro o la huella de lo sublime. Es posible entonces que ese vestigio sea el camino que conduzca al artista a seguir penetrando en la infinita nebulosa, desentrañando una exquisita geología de extraños minerales cuya existencia siempre fue una sospecha (¿cómo entender a Racine sin Eurípides, a Darío sin Baudelaire o Góngora, a García Márquez sin Faulkner?). Luego de esa recuperación, el artista le suma la etapa final, aquello que lo acerca con su espíritu -con su ''biología'', diría Barthes-, lo individual que siempre excede a la tradición: propiamente, el estilo. En Piranesi confluyen Clacisismo y Barroco: esa suma, que lo hace tan exótico, es su material personal, su propio egoísmo, la ''cosa'' de su arte.
Piranesi dejó de existir un 9 de noviembre de 1778, en Roma. Dejó una notable influencia en el Neoclasicismo, en el Romanticismo (merced a las imágenes de sus pasadizos y escaleras sin fin en su colección Carceri d'Invenzione) e incluso en el Surrealismo (el manifiesto caos de sus pasillos, tan cercanos a la confusión de los sueños) y en los decorados tétricos del cine de terror. 230 años que pasaron no de su ausencia, sino de un incesante resplandor.

*Los interesados pueden visitar la siguiente galería virtual:

16 septiembre 2008

Respuesta al señor Julio Médem respecto al ciclo «La nueva narrativa peruana»

»» Por: Armando Alzamora



Ahora que releía el post que Gabriel Ruiz-Ortega escribió con respecto al ciclo «La nueva narrativa peruana» para el portal literario Porta 9, me quedó una sensación muy similar a la que manifiesta el señor Julio Médem (desconozco si se trata del cineasta o de un desaforado impostor) en su comentario, el cual transcribo a continuación:
''En principio saludo que este tipo de eventos se desarrollen en una escuela de literatura tan relegada. Es una muestra de que sí se pueden hacer encuentros literarios de cierto alcance.
Sobre el artículo, pensé que se iba a plantear alguna problemática tocada en ese ciclo, o algunas conclusiones, por lo menos. Es decir: el debate.
GRO ha hecho lo que hace en su blog. Una lástima, seguro que se sacó algo provechoso de este encuentro, sería bueno que alguien lo condense en un artículo coherente e interesante.
Nada en contra del autor de la buena novela La Cacería. Solo es una opinión.''

Estoy de acuerdo con la idea de que el post intenta informar y entrener (fiel a su estilo), porque Gabriel condensa de manera sustancial la forma en que nos organizamos para concretar la realización de este evento. Testimonio fiel, diría yo, de un arduo trabajo en el que participamos tanto autoridades, profesores y alumnos de la Universidad Nacional Federico Villarreal. También están, obviamente, los autores que tan gentilmente accedieron a formar parte del ciclo, así como los invitados para comentar las obras que en su mayoría estuvieron acertados (sólo basta preguntar a algunos de los asistentes por las intervenciones de José Güich o de Ricardo Virhuez, entre otros). Sin embargo, decidí escribir este post en parte atendiendo al pedido del señor Médem (de quien me intriga de sobremanera su verdadera identidad que sé jamás revelará -espero que lea este post, agradeceré la difusión) y en parte también porque hasta el momento, salvo la crónica y algunos post de Ruiz-Ortega, nada se ha escrito al respecto.

No creo que sea pronto para sacar conclusiones, ya que el tema principal siempre estuvo sobre el tapete en todas las presentaciones: ¿En qué situación se encuentra el panorama actual de la narrativa peruana? No obstante, el sentido común me dice que la pregunta, e incluso el tema, le queda demasiado grande al ciclo. Debo decir a título personal que el ciclo que hemos realizado no sirve como muestra de la nueva narrativa peruana. La narrativa peruana no son solamente ocho autores invitados a un evento literario. Eso está debemos tenerlo claro. A lo mucho lo que hemos logrado es una muestra de narradores capitalinos, y en esto quiero incidir. No me cabe la menor duda que los narradores que en estos meses desfilaron por la UNFV -capitalinos o no, andinos o no- poseen la más alta calidad literaria. Ha sido muy grato para mí descubrir obras como las de Martín Roldán Ruíz, Rafael Inocente y Marco García Falcón. Y con esto no digo que sean referentes de la nueva narrativa peruana, solo afirmo que de entre los ocho escritores que asistieron al ciclo, a mi parecer fueron los más destacados. Aunque con estilos disímiles, la sensación que me deja este acercamiento es que los nuevos narradores están forjando lo que será en el futuro una generación de escritores los que sin duda merecen nuestra atención como lectores o como críticos.

Ahora bien, en medio de esta eclosión literaria, subyace otro problema que muy bien anotó Francisco Ángeles (que me disculpe si tergiverso alguna de sus palabras, pero es lo que más o menos entendí) en su disertación con ocasión de la presentación la obra de Claudia Ulloa Donoso. Él dijo casi textualmente que si bien existe muy buena narrativa -y Claudia es un claro ejemplo- también existe una narrativa muy mala. Y culpa de ello al fenómeno editorial que más se viene preocupando por la cantidad que por la calidad. La fórmula es: mucha editorial = mucho escritor = poca calidad. El precio que tenemos que pagar nosotros los lectores que ya no sabemos ni qué escoger es una publicación indiscriminada de libros en donde vienen mezclados desde autores de gran talla hasta perfectos bodrios (alguna vez leí las críticas que Leonardo Aguirre solía escribir sobre esta última categoría de escritores -gran perverso, Leonardo). En otras palabras, poco profesionalismo: ahora todos quieren ser escritores, como si pateando un árbol, el talento cayera cual manzana.

Empero, ¿es posible comprender el panorama en el que se encuentra la nueva narrativa peruana? ¿Y sirve de algo este tipo de eventos para demandar el reconocimiento de una generación que se abre paso en nuestra narrativa? El problema que se presenta aquí es el mismo que se da cuando empieza a circular en el medio una nueva antología de narradores jóvenes (y de esto podrá dar fe Gabriel). Lo que pretendo entonces es reconocer que pese a las limitaciones, el ciclo que realizamos ha sido un grano de arena en el castillo. Falta de difusión (pese a todo), cierta arbitrariedad, inexperiencia, entre otros defectos. 

Espero con ansias que el señor Médem pueda leer este post y que pueda comentar algo al respecto. De ser así, le hago llegar la invitación para que asista (si es que, como parece obvio, no se tratase del cineasta) a la última fecha en la que presentaremos al escritor Marco García Falcón. La cita es el viernes 26 al mediodía en la sala de Grados Antenor Orrego, en el local central de la UNFV ubicado en la avenida Colmena.

09 septiembre 2008

Verástegui o el testimonio de un offsider

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»» Enrique Verástegui nos recibió en su casa de La Molina para dialogar y conocer un poco más de ese ser esquivo y misterioso, sus ámbitos, sus soledades. A sus 58 años, Verástegui es quizás el poeta vivo más importante de la generación del ’70 en adelante.

»» Por: Armando Alzamora.
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Es un sábado de junio. La Coaster nos conduce a un ritmo bastante lento y adormecedor. En algún momento del viaje el cobrador nos anuncia: «Es aquí, chochera». Pagamos el pasaje y nos bajamos. En ese rincón remoto de la ciudad se respira armonía, serenidad. Pero mientras nos acercamos a la casa del poeta la calma decrece. «Verástegui nos está esperando desde hace una hora», dice uno de mis compañeros. Imaginamos una casa muy grande; propicia para la inspiración sosegada de un poeta, pensamos. Entonces llegamos a la dirección indicada. La casa no es muy grande; tampoco pequeña. Tiene dos pisos y un patio espacioso plagado de tiestos con helechos. Me aproximo al enrejado y toco el timbre. Pasan algunos segundos que parecen interminables. Hasta que al fin aparece tras la puerta la inquieta figura del poeta. Mantiene una expresión apacible y traslúcida; su sonrisa parece perenne, como si siempre estuviera contento.

«Hola», nos dice al llegar a la entrada, «¿cómo están? Enrique Verástegui, mucho gusto». Cada uno se presenta por su nombre. Nos invita a pasar. Cruzamos el patio e ingresamos a la casa. La sala es un ambiente pulcro, con piso de parquet y las paredes blancas. «Mi madre mantiene todo esto muy limpio», nos dice. Hay algo de niño en este hombre -pensamos-, algo que perdurará hasta sus últimos días. Nos apostamos cómodamente en los amplios sofás. «Hemos traído un vino para brindar, don Enrique». El poeta asiente, mientras se acomoda las gafas. Entonces, se aproxima al cuarto contiguo y vuelve con cinco copas y un cenicero. Se sienta con nosotros, servimos el vino, prendemos algunos cigarros e iniciamos la conversación.

«¿Cómo están, muchachos?», nos dice, «es un honor tenerlos aquí». Muy timoratos, tanteamos ciertas preguntas, repasando algunos temas menores antes de intentar penetrar en su confuso universo. Este hombre, sabemos, ha leído más de mil libros. «¡Qué mil libros!», nos dice, «¡Cien mil libros en toda mi vida!». Por ello, confiesa, con mucha modestia, que se considera un erudito. «Yo puedo hablar de todos los temas, ustedes propónganlos que yo converso». De manera que aquella información resulta muy útil para abordar los temas que nos interesan. Inevitablemente nos inclinamos por hablar de su tiempo, de su generación, del movimiento Hora Zero. «Yo he sido un offsider», nos cuenta, «poéticamente me formé muy aparte de ellos, aunque los frecuenté siempre y fuimos grandes amigos, con ideales compartidos». La conversación no es fluida, y por ratos se torna áspera y pesada.

En un determinado momento, nuestro afán se centra en definir sus influencias. «Pero es tanto lo que leído», nos dice, «que les mentiría diciéndoles que estoy influenciado por unos pocos; todos, absolutamente todos, han dejado en mí su huella». Surgen, entonces, diversas preguntas: Barcelona, París, Oquendo de Amat, Kristeva... «Jamás conocí a Julia», contesta, «pero la admiro, es una mujer muy inteligente». Su sinceridad nos sorprende. «A quien sí conocí fue a Ginsberg, a Paz, a Bolaño... Severo Sarduy fue mi amigo».
¿Y qué tan cierta es la leyenda maldita de Verástegui? Él afirma: «Yo no soy tan bohemio como la gente cree. Me tomo un vino tranquilo en mi casa pero sin molestar a nadie. Nunca probé droga alguna». Difícil evitar la incredulidad. Y sin embargo, «El negro» -como le llaman sus amigos- posee lo que pocos poetas de su generación tuvieron: un talento excepcional.

Es, sin duda, un ser diferente. Su curiosidad radica en su enajenación. Verástegui parece vivir para adentro. No nos incita al silencio ni al estruendo. Nos hace entender de qué lado está cada uno. Pero es algo que no se comprende en ese instante, sino días después. Aquél universo propio en el que habita ha sido siempre inextricable. Y si para él, como dice, la locura es mundana y no forma parte de su vida, para nosotros, en cambio, parece habérselo llevado a «los extramuros del mundo», mas no alejándolo del todo, sino refugiándolo en una costa cercana desde donde contempla, con vital alegría, y vital desazón, la existencia y los años que van de la mano.

No es verdad que la tarde se haya acabado. Sin embargo, llega la hora de partir. El poeta accede amablemente a tomarse las fotos. Nos pide que se las enviemos. «Así será, don Enrique». Nos ponemos de pie y nos acompaña a la puerta. «¿Están felices?», nos dice. En realidad parecemos confundidos, pero sí... la alegría es distinta y no distante. «Llámenme cuando gusten, muchachos, yo estaré encantado de recibirlos». «Así será, don Enrique». Nos despedimos. Un apretón de manos. Un abrazo. «Hasta pronto»

Nos alejamos pensando, cada quien por su lado, que algo extraño ha pasado esta tarde, que hemos libado un vino con un bardo y que a pesar de ello todo ha sido fugaz y lejano. ¿En qué momento acabó? Hurgamos respuestas que no existen y nos proponemos, ciegamente, a seguir el camino. La poesía quizás nos depare rumbos sinuosos y disímiles o, como los de Verástegui, curiosos y enloquecedores.

01 septiembre 2008

Crítica ficcional de un «Cuento no ficcional»

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Por: Armando Alzamora


En el breve texto que Jorge Vergara titula «Cuento no ficcional», se lee lo siguiente: «Cuando el punto suceda a la letra habré terminado de escribir». Se suscita un problema. Si el punto marca el fin de la escritura, ¿qué es el punto exactamente?, ¿es escritura misma o simbolización delimitadora entre lo escritural y el vacío? Existen dos hipótesis: una idealista; la otra, materialista.

La primera afirma que si el punto es escritura, tendríamos que admitir que el punto no es el fin, pero sí lo es el vacío que le sucede. Dicho de otro modo, con el punto daríamos por acabado el terreno escritural y tendríamos que pensar en una línea, invisible acaso, que suceda al punto y que delimite claramente el enunciado escrito. Esta hipótesis es idealista, porque se entiende que la línea no existe en lo concreto, está pero no está, es ideal per se; una necesidad ontológica.

La segunda hipótesis (materialista, se entiende) nos dice: Si se diera el caso de que el punto fuese el límite, entonces tendríamos un problema estráticamente ontológico, ya que no puede probarse la existencia de un «más allá del punto», pero sí la de un «más allá de la escritura»: estrato moroso, inexpugnable, siempre en pérdida: el punto. Con ello tendríamos que admitir que el punto es un objeto autónomo e insular (como la línea invisible pero visible) que linda (siempre, hay que decirlo) entre el vacío y la escritura. En conclusión, la escritura se delimitaría a sí misma, es decir, posee sus fronteras, es finita, con o sin punto.

De uno u otro modo, se prueba que el texto de Vergara es un sofisma. En efecto, el punto nunca marcaría el fin de la escritura.

19 agosto 2008

LA NUEVA NARRATIVA PERUANA EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL FEDERICO VILLARREAL

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»» Por: Gabriel Ruiz-Ortega

¿Cómo llegó a darse el ciclo de charlas y presentaciones La Nueva Narrativa Peruana en la universidad Federico Villarreal?, me preguntó un amigo hace unos días. Le respondí que el ciclo es organizado por Otras Voces, revista editada por un grupo de estudiantes de Literatura de dicha casa de estudios.
El pasado mes de abril, el director esta revista, Armando Alzamora, me consultó si podía presentar en su universidad Generación Cochebomba, la novela de Martín Roldán Ruiz. Como ya había leído esa interesante novela, ambientada en el segundo lustro de los años ochenta, le dije que sí. Pasaron unos días y recibo otro mail de Armando, en el que me cuenta que pensaba aprovechar la presentación de la novela de Roldán para dar inicio a un ciclo de charlas y presentaciones de nuevos escritores peruanos, y que para ello le “gustaría contar con varios autores de Disidentes”. Como este tipo de proyectos deben tratarse frente a frente, acordé con él y su grupo de apoyo (Jonathan Timaná y Jorge Vergara) una reunión en un chifa del centro de Lima. Fue allí en el que intercambiamos opiniones sobre lo que se quería buscar con el ciclo, el cual tendría como principal objetivo el entablar un fecundo diálogo directo entre los alumnos y los escritores que se pensaba invitar.

Le pregunté a Armando si el ciclo iba a tener alguna clase de apoyo de las autoridades de la casa de estudios, a lo que él me respondió que sí, que tanto la directora de la Escuela de Literatura y el decano de la Facultad de Letras iban a brindar todas las facilidades para que este se desarrolle de la mejor manera, cosa que me pareció importante porque, al menos, sin apoyo moral y voluntad por llevar las cosas a buen puerto, nada tiene sentido, y con mayor razón cuando estas charlas iban a ser programadas en un horario no muy atrayente: al mediodía.

No tuvimos ninguna divergencia al escoger a los escritores que pensábamos invitar. Aunque mientras barajábamos los nombres me di cuenta de que el privilegiar a los escritores incluidos en Disidentes podía ser visto como un acto de preferencia de mi parte, por un lado; y por otro, que en los últimos meses habían aparecido buenos narradores que merecían estar en un evento como este. Por ello, de los ocho invitados al ciclo sólo se iba a incluir a tres de la antología. Vale destacar la buena onda de todos los escritores al aceptar la invitación formal. Como dije líneas arriba, el horario no parecía ser el de los mejores, y estoy seguro de que fue la oportunidad de establecer un diálogo con los alumnos lo que terminó convenciéndolos.

Y para las tres primeras fechas ya teníamos programada la presencia de M. Roldán Ruiz (13/6), Alexis Iparraguirre (27/6) y Leonardo Aguirre (18/7).
El ciclo arrancó de la mejor forma: un lleno total de la Sala de Grados Antenor Orrego, y no sólo con alumnos, sino también con los más insignes representantes de la movida subte de los ochenta. Roldán Ruiz hizo gala de un conocimiento de causa de lo que cuenta en su novela, porque al igual que los alumnos, él también había recorrido esas mismas calles del centro, pero con la diferencia de que él lo hizo cuando estaban ornamentadas con bombazos, cochebombas, levas, apagones, etc.

El mismo entusiasmo por el diálogo se notó al hablarse de El inventario de las naves, de Alexis Iparraguirre. Él dio cuenta de las influencias que nutren su escritura, que no son exclusivamente literarias, como podría colegirse cuando se lee el libro, sino que muchos de los motores de esta yacen en la experiencia de vida, la cual lo marca como escritor y de la que se vale para proyectar en los perfiles de sus personajes y en la atmósfera de sus cuentos.

Cuando todo estaba destinado a abocarnos con la charla Leonardo Aguirre, un amigo me mandó un mail en el que me comunica que Claudia Ulloa Donoso se encontraba en Lima. Hice la consulta del caso con Armando, y no tardamos en enviar la invitación formal a la autora de El pez que aprendió a caminar y Séptima Madrugada para saber si podía estar en el ciclo. Ella aceptó, a lo mejor por el mismo motivo que también convenció a los otros escritores: conversar con los alumnos. Su charla se programó para el martes 8 de julio, día un tanto telúrico, puesto que al día siguiente iba a realizarse el Paro Nacional de la CGTP, cuyo local sindical queda ubicado a cuadra y media de la casa de estudios. Aún así, se logró sortear ese obstáculo puesto que los alumnos y el público asistieron en buen número para escuchar a la escritora, quien hizo un derroche de imaginación, sensibilidad y sencillez ante cada una de las muchísimas preguntas que se le hizo.

Para la cuarta y última fecha de la primera etapa del ciclo, tuvimos a Leonardo Aguirre. Una vez más quedó claro que lo debe importar a la hora de valorar una obra literaria es saber diferenciar bien a la persona de su obra. Aguirre es autor de tres libros (Manual para cazar plumíferos, La musa travestida y El Conde de San Germán) bien tratados por la crítica, y es reconocido por los lectores como uno de los principales nuevos narradores peruanos. Entre las cosas que dijo, pues está el hecho de que se encuentra escribiendo sobre temas muy distintos a los ya recorridos.

Un factor importante para despertar el interés de los asistentes en la rueda de preguntas, la cual, como señalé, es el espíritu de estas charlas, fue el muy bien desempeño que tuvieron los presentadores, al punto que en no pocas preguntas se citaban algunos párrafos de sus intervenciones. Dimas Arrieta, José Guich, Julián Pérez, Nora Fataccioli, Francisco Ángeles y Carlos Yushimito fueron claves para dar peso a estas cuatro primeras fechas.

El mismo amigo que me hizo la pregunta sobre estas charlas y presentaciones, también me comentó que deberían realizarse más ciclos como este. Y estoy muy de acuerdo con ese comentario. Soy de la idea de que más ciclos como el organizado por la revista Otras Voces deben hacerse por la sencilla y medular razón de que como nunca antes tenemos una eclosión de narradores que no solo está signada por la cantidad, sino también por la calidad. Y un ciclo es insuficiente para dar cuenta de muchos de ellos. Como dije líneas arriba: todo puede hacerse siempre y cuando haya voluntad y compromiso.

Hace una semana se dio inicio a la segunda etapa del ciclo Eduardo Reyme Wendell, autor de Duerme tranquila, Rebecca, de quien su presentador, Marco García Falcón, dijo que tranquilamente podría ubicársele junto a Edwin Chávez, Luis Hernán Castañeda y Carlos Gallardo.

Y en las próximas semanas tendremos a Katya Adaui Sicheri (29 de agosto), Rafael Inocente (5 de setiembre) y Marco García Falcón (26 de setiembre).

Publicado en:

15 agosto 2008

EL CUARTO PODER: PERIODISMO, TELEVISIÓN Y PODER

___________________________________________________________________ »» Por: Pamela Medina






… en realidad escribo por escribir. Porque escribir es una manera de desahogo, este es un intento por provocar a todos los que no pueden desembarzarse de buscar la verdad.

El periodismo en nuestro país y en otras partes del mundo ha sido bautizado como el cuarto poder después del legislativo, el ejecutivo y el judicial. Éste se materializa mediante la radio, el internet, los diarios o revistas; pero de una manera masiva a través de la televisión. Podemos decir que nuestro acercamiento al periodismo se encuentra en gran medida por la televisión. Los medios de comunicación, entonces, tienen un papel muy importante en la difusión del cuarto poder.

Una de las armas que identifica al periodismo es “la libertad de expresión”. Con ésta se encuentran en la capacidad de opinar libremente, denunciar injusticias, y pedir cambios. La libertad de expresión fue el emblema que se utilizó para devolver la democracia al país tras el gobierno de Fujimori y es la que tanto se reclama en países como Venezuela por ejemplo. En este sentido el cuarto poder representó para el gobierno un foco de críticas constante, un expositor de sus errores, un denunciador de sus atropellos, etc. por lo tanto la gran oposición. La única manera de seguir con la dictadura es aboliendo el síntoma, bajarse a la prensa, callar al periodismo, y comprar los medios de comunicación.

Los tres poderes del estado peruano se encargan de producir leyes, dirigir los servicios públicos, defender la nación, en resumen de modelar nuestro país bajo unos parámetros determinados. Tenemos derechos; pero debemos de seguir ciertas leyes para la correcta convivencia con otros peruanos. Bajo esto, somos ciudadanos con facultades para desenvolvernos en la sociedad y para hacer uso de los servicios públicos. Y por ultimo nos encontramos representados a través de una persona (peruana como nosotros).

De esta manera tenemos un modo de desenvolvernos en nuestra sociedad, poseemos una constitución que debe ser respetada, entidades que nos defienden y alguien que elegimos democráticamente. Sin darnos cuenta ya hemos sido etiquetados y moldeados: hemos sido simbolizados. Nos llamamos peruanos porque creemos ser peruanos y porque estos tres poderes nos hacen verlo así. Compramos una realidad que está impuesta por el poder para así conseguir la convivencia social. En este sentido -como lo dije antes- el periodismo va ir develando estos mecanismos de poder; sin embargo va ir simbolizando y transmitiendo otros. Y es que la labor del periodismo no termina sólo en la información, en ser los transmisores -eso lo dejamos a los medios- sino que nos van a transmitir su opinión.

Vemos el poder como el que puede más, lo atacamos, le damos rostro, lo vemos como el individuo vestido en terno que está en el gobierno. Vemos el poder por verlo. Sin embargo no hemos reparado en como existen otro focos que se apoderan de nosotros, y al igual que los tres poderes anteriores, hacen desenvolvernos de una manera determinada. En un artículo publicado en el Diario el Comercio, Mario Vargas Llosa ve que el cuarto poder en algunas circunstancias se convierte en el primero ya que es un factor esencial de progreso y modernización a su vez como el que impulsa la cultura democrática, ejercitando la libertad de información y el derecho a la crítica. No lejos de una visión idealista, es así como debe ser la función del periodismo; pero qué sucede cuando creemos fidedignamente en definiciones como ésta y no vemos más allá. Lo más probable es que compremos sin reparo, sin advertencia, sin un tamiz a escupir y digerir lo que queremos internalizar, toda la información que la prensa destine para nosotros. Creeremos ciegamente que esa es la verdad. No hay violencia más grande que la que el periodista hace cuando se autoproclama como el defensor y abanderado de la verdad. Violencia para nosotros que todos los días tenemos que ver la noticia por la televisión, en los periódicos, o escucharla en las radios. La prensa da su opinión sea cierta o no hasta el punto de hacernos creer que es cierto lo que dice.

Ver el amplio campo del periodismo me llevaría buen tiempo es por eso que me centraré en aquel que es transmitido por la televisión. Diariamente durante las mañanas la televisión está plagada de noticieros que pugnan por tener la noticia más “calienta” o la primicia del día. El televidente tiene varias opciones o varias coacciones para elegir o dirigir su atención a una de ellas. Se encuentran los titulares, que son los hechos más saltantes del día. Pregunta: ¿y el resto de información? Esto es lo que llamaremos el método de la tijera. Ya que se recorta la noticia a los hechos más destacados. La noticia esta por ahí; pero es la misión del periodista exponer la que consideren más importante presupuestando lo que en definitiva es lo que más nos importa. Tras la noticia se encuentra la opinión del periodista la cual ha rebasado el criterio imparcial hasta el punto que cuando vimos la noticia del tipo que violó a una niña nos aunamos al eco de la voz que dirige la información para decir: monstruo, ya cayó el maldito. No encontramos así la posibilidad (antes de juzgar) de ver a un sujeto con problemas, que tras su terrible acto, debe necesitar mucha ayuda. Vemos que la opinión deforma el criterio imparcial. O cuando se introduce por todos lados las “apropiaciones” que Chile hace de nuestro pisco, chirimoya, suspiro a la limeña, etc. Dan la noticia y ponen imágenes de archivo pasadas sobre la ministra chilena, sumando a esta nota una mini encuesta a personas que alimentan este sentimiento de arrebato y apatía en contra de nuestro vecino país. Resultado: el Pisco el peruano, la Chirimoya es peruana, y ¡por favor! el Suspiro a la limeña también. El periodista también está presente como el catalizador de los sucesos culturales es así que cuando salió el Código Da Vincci se hicieron mesas, en vivo, de discusión con historiadores y teólogos para hablar sobre que tan verídico era lo que el libro afirmaba. O cuando el periodismo de espectáculos agranda los escándalos de Jaime Bayly y busca a los personajes de sus obras en carne y hueso en nuestra inefable farándula. El periodista no puede desembarazarse de buscar siempre la verdad. Estos criterios son asumidos por las masas que confían en los medios informativos. Es la máxima de si se dijo en televisión debe ser verdad.

El periodismo tiene sus aristas como el periodismo de espectáculos y el deportivo el primero muy cuestionado. El método tijera es usado también por el periodismo deportivo. Del 100% de información que podemos ver en un programa deportivo es entre un 85 %a 90% sólo de fútbol es resto engloba la miscelánea mínima deportiva como: voley, surf, tenis, etc. Es como si en nuestro país deporte fuera igual a fútbol.

De todo este recorte de información sacamos la manera en cómo este cuarto poder nos ha moldeado como sujetos que hacen eco de las opiniones del periodista, en señal abierta, como la suya. Somos cosificados por la prensa que presupuesta la información que nos puede interesar o la que nos debe interesar. Es cuarto poder no porque puede más que los otros tres, no porque nos hace más cultos y nos inyecta el germen crítico (aunque así debería serlo o podría serlo) si no porque nos está simbolizando la realidad de un manera que modela a aquellos a quienes les transmite, mediante la libertad de expresión, su o la información. En algunos casos se transmitió el poder como en el dictadura de Fujimori donde se podía hablar de un periodismo vendido y parcializado al gobierno. Claro ahí no era cuarto poder. Con el fin de la dictadura el periodismo peruano se apropio de este nombre, aparecieron programas periodísticos, uno con el nombre de Cuarto Poder otros como La Ventana Indiscreta. Programas a los cuales no se les puede restar merito por la buena labor que han ido realizando. Pero ¿hasta que punto podemos hablar del fin de esta dictadura, la de un poder para entrar a otra la del periodismo? ¿A que voz ajena le estamos haciendo caso? Lo desagradable no es esta situación, lo desagradable es creer que sólo los periodistas y el periodismo son los únicos en transmitirnos la verdad, lo desagradable es comprar esa idea caer y creer ciegamente en todo lo que el periodismo materializado por la televisión, la radio, etc. (medios de difusión masivos y poderosos) nos dice. No pensemos en encontrar un periodismo o información objetiva ya que esa gota de subjetividad no la podemos retirar de nadie. Pero si percibir de qué manera se esta manejando aquello que consumimos y compramos intelectualmente. “El periodista pone lo que quiere” ¿y que? El escritor hace lo mismo, yo también estoy haciendo lo mismo. Está en cada uno consumir todo o escupir lo innecesario y digerir lo necesario. ¿Cómo saberlo? Es una pregunta que sigo respondiendo con el ejercicio de mis actos y mi insistencia por reparar en lo que se destina para mi consumo.

10 agosto 2008

¿Es posible ser autor?

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»» Por: César Copacondori

¿Es posible decir soy autor?
Afirmaciones como la de Barthes nos dicen que: "la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino", es decir que aquí lo que importa es la deriva receptiva. Pero en este caso existe, o hay una afimación autorial a posteriori que deviene con la muerte del autor y la aparición del otro. De tal forma se suplanta la ausencia de uno con la presencia del otro. En este sentido, ¿hasta qué punto se puede hablar de ser autor?

Si bien es cierto una definición común -y que se maneja muchas veces- es que se es autor escribiendo, se es escritor tras haber trazado algo en un papel. Pero hay una definición que se encuentra en las cimas del nihilismo, y es la del filósofo danés Kierkergaard quien dice que nunca hay conclusión de lo que se inicia; en otras palabras que la obra de un autor-en este caso la intención de decir algo- nunca estará completa. En consecuencia se podrá escribir la primera parte , mas no la segunda; o se escribirá la segunda, mas no la tercera... ¿y por qué? Porque la vida del hombre está limitada por ese límite: la vida limitada. La muerte limitadora de la vida trae el fin de ésta,"mas no el sentido de una conclusión" (1848: Kierkergaard).

Con ello podemos decir que uno se hace autor escribiendo y a su vez es escribiendo que uno renuncia a tal pretensión. En todo caso se podría afirmar un apotegma, un tanto ambiguo: El autor, es aquella persona, que escribe pero lo justifica el no decir nada.

De madrugada al mediodía

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»»Por: Jorge A. Vergara

El mediodía del martes 8 de julio, la escritora se encontró presentando un libro ante una concurrencia “en ella aislada”: Claudia Ulloa Donoso nos mostraba de nuevo Séptima madrugada (Estruendomudo, 2007) y muy a su pesar capturaba la atención del estudiante, de los presentadores, del fotógrafo (…) en medio de una curiosa charla que tardó algo más de una hora. Era la tercera fecha del ciclo “La Nueva Narrativa Peruana” y en la mesa la acompañaban Francisco Ángeles y la Dra. Nora Fataccioli. Gabriel Ruiz-Ortega se encargó de moderar el evento organizado por el grupo literario Otras voces y patrocinado por la Escuela de lingüística y literatura de la Facultad de Humanidades de la UNFV.
Pero ¿qué motivó –digámoslo así- el asedio del público?, ¿por qué esas “tiernas” preguntas inquisitorias? Lo que llama la atención de Ulloa es que no llama a la atención, de allí que haga notable su vital transparencia.

Luego de El pez que aprendió a caminar (Estruendomudo, 2006), Claudia Ulloa con Séptima madrugada se introduce en el laberinto de la hibridez que es el post, pues tenemos que “Séptima madrugada” era el nombre del blog de la escritora y que ahora impreso procura una nueva lectura. No olvidamos, por supuesto, de que se trata de una escritura diferente del resto de su generación (y en esto hizo énfasis Ángeles).
Pero la tarde no se satisfizo del libro, Ulloa le robó el interés.“¿Sobre qué escribes?” le preguntó una joven, “sobre ti, por ejemplo –respondió-, puedo inventarte un nombre”. Muchos, entonces, quisimos hacer la misma pregunta.

17 julio 2008

Decir callando

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»» Por: César Copacondori

¡Señores no todo es lenguaje! ¡No somos seres en el lenguaje! Somos seres en el silencio, en el vacío de una posible apertura...:

No queda más que la postergación del decir; decir que, siendo dicho, se cuestiona en el decir, y se posterga porque pertenece a lo no dicho. Lo no dicho, como tal, no es un punto, como lo que podría descubrirse debajo de los escombros de un ente conceptual. Lo no dicho pertenece a lo dicho en el sentido de que es lo no dicho de lo dicho. Por eso repetimos, que no reiteramos. Repetir es volver a traer de nuevo, recoger lo no dicho en lo ya dicho, ponernos en situación de empatía o de que la palabra que se escucha acaezca en nosotros, que caiga sobre este momento de soledad.

Ahora ¿qué sucede cuando bordeo el decir?... Simplemente repito.

La onda «subte» y los colvulsionados años '80

Por: Armando Alzamora

Encontré en la web esta interesante crónica del escritor Martín Roldán Ruiz, en la que busca, a partir de una fotografía, reflejar la efervescencia juvenil de una época muy particular: la década de los ochenta. La imagen fue publicada justamente en la portada de su primera novela: «Generación cochebomba». A continuación, toda la nota completa en la que Roldán Ruiz da muestra de su talento no sólo como narrador, sino también como cronista.


HISTORIA DE UNA FOTO SUBTE

Envidio a los fotógrafos porque eternizan un instante cualquiera de la vida. Porque convierten ese instante simple, en un instante eterno que con el paso del tiempo nos evoca sensaciones, recuerdos o sentimientos. Tan importantes que muchas veces nos arrancan una sonrisa, una lágrima, un suspiro. Tristeza o felicidad. “Ay vejete y revejete, por más que hagamos, al final nos convertimos en recuerdo o en fotografía”, dice Ludo Tótem personaje de Julio Ramón Ribeyro en Los geniecillos dominicales. Hoy más que nunca le doy la razón.
Veinte años después, mis recuerdos de la Lima de los ochenta siguen siendo de un gris melancolía, que equilibra la sensación de miedo por haber vivido en una ciudad violenta. De ver las veredas moverse al ritmo de la canción Ratas callejeras de Eutanasia; de sentir los postes vibrar con el coro de Astalculo de Leuzemia. O, más tranquilo, de ver morir el sol desde la azotea de mi edificio, mientras sonaba una de las Cúrsiles Romanzas de Daniel F: “Volveré cuando me vaya y si no regreso, vengo”. Y hoy volví.
La vida se nos hacia un nudo en la garganta y para los que fuimos jóvenes, a los que ahora llaman ochenteros, lo único que nos quedaba era gritar todo nuestra angustia y anhelos de un mundo mejor, restregándole a la sociedad peruana –Abimael y Alan incluidos– toda la mierda que ellos habían hecho de nuestras vidas. Para eso nació también el Rock Subterráneo.
Viendo esta foto de 1987, tomada en la esquina del jirón Chincha con la avenida Wilson, en la calle donde quedaba la discoteca No Helden, me pregunto qué pasaba por las cabezas de esos muchachos, de qué se estaban riendo, qué es lo que estaban mirando. Me pregunto si para ellos el mañana era un No Futuro o el futuro era un No Mañana. Si el día a día acababa con una sensación de atentado, apagón o paquetazo. Si la vida acelerada llenaba sus pequeños mundos aún expectantes por el puede ser; a diferencia del mundo gris, como la foto, que los rodeaba y que parecería estar desenfocado en sus pupilas.
Sin habérselo propuesto alguna vez, estos subtes fueron parte de un movimiento que marcó huella en su época. Con sus gritos destemplados y viscerales, con sus canciones llenas de mierdas y desesperanzadas puteadas, con su estética del reciclaje; y, sobre todo, con su honestidad para decir las cosas tal como son, lograron que se replantearan muchos dogmas en la música y las artes plásticas en el Perú. La vanguardia en general.
Alguna vez, una esquina como esa, me atrapó en la órbita de un trago de mala caña. Quizá junto a algunos de la foto. Y, al igual que en ese momento, no mirábamos el mañana, que ahora es el ayer. Para que no queden en el anonimato de ese pasado, acá van algunos apodos que aún la memoria no ha borrado con los años, de algunos no sé hasta ahora sus verdaderos nombres: Cachaciento y con casaca de cuero negra, el chino Daniel (Ex guitarra de Autonomía) Mirando fijamente a la cámara, en actitud bien Glam, Pedro B (Guitarra y voz de la banda Ska, Sicosis) El que sigue no lo recuerdo. Con polo blanco y al parecer cagándose de frío, porque todos están bien encasacados, Luis Berrocal (Editor del fanzine El Sotano Beat, y quien me facilito la foto) Mirando siempre a un lado, siempre a la alterna, nunca de frente o derecho, el combativo Richi Lakra (Editor del fanzine Poetas del Asfalto) El último de la fila, y creo que es sintomático que tenga una mano metida en el bolsillo, Pepe Asfixia (Bajista de Eutanasia) El primer sentado me dicen que es el Vandálico, yo lo recuerdo con otra cara. De gorrito, a lo Daniel F en los primeros años de Leuzemia, el Nico (Guitarra de Eutanasia) Siempre escuálido, con sus pelos parados, el Yucatán. El que está sentado de negro no lo recuerdo. Arriba, y que parece recién salido de Bergen Belsen o de Auschwitz, el Pelao Kike o también conocido como Kike Excomulgado (cantante de Eutanasia) el siguiente de bigotes, con peinado New Wave, es otro que no recuerdo. Y por último, sin más presentación, Saúl Omiso (Cantante del grupo más radical de todos los que ha habido sobre la tierra: Sociedad de Mierda. Posteriormente lo fue también de TBC)
Muchos de ellos tomaron rumbos distintos, como el chino Daniel que ahora reside en Francia. O como Nico, el Pepe Asfixia y el Pelao Kike que viven en Alemania. Otros se quedaron por estos lares para hacer su música y desarrollar su arte poétika, como Pedro B o el Richi Lakra, o Luis Berrocal que realiza la titánica labor de rescatar las raíces del Rock hecho en el Perú. O como Yucatán que ahora disfruta de su libertad que por años le fue negada, o como Saúl Omiso, el único de quien se puede decir que se ha convertido en recuerdo y fotografía. Y para los que lo vimos cantar sobre un escenario… ¡Qué tal recuerdo! Jamás se nos olvidará esa energía, esa rabia, esos ojos desorbitados y esa visceral voz que no eran más que el rostro sincero, honesto y desesperado de los tiempos que le tocó vivir.
¿Y esa esquina? Tampoco existe, ahora es parte de un condominio de Mi Vivienda. Tampoco está más la discoteca No Helden, en su lugar hay un salón de clases de un instituto. ¿Sabrán los nuevos jóvenes que se buscan un futuro en esa aula, que allí mismo cientos de jóvenes iguales a ellos, danzaron los ritmos de la desesperanza, los ritmos de un futuro negado? No recuerdo qué grupo español cantaba esta letra, quizá era Ultimo Resorte, pero creo que cae a pelo: “Somos el futuro, somos el progreso, somos tu futuro de carne y hueso”.Hoy, veinte años después, sigo recordando esos años como el color gris de esa foto, con el color gris de la melancolía.
Foto: Atribuida al Poggi 100, pata de Filosofía de San Marcos que se dedicó por años a registrar a la mancha Subte, su nombre es tan desconocido como su paradero. Si alguno reconoce a los que no recuerdo háganlo saber.

Tener un ideal y morir joven: Luis Hernández Camarero.

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»» Por: Luis Mendoza.

Como cuando vivías
Cantarás,
Aunque no vuelvas.

La triste desaparición física de Luis Guillermo Hernández Camarero, acaeció el 3 de octubre de 1977, en Santos Lugares, Argentina; fue y seguirá siendo una gran pérdida para la poesía peruana.

Como si eso fuese poco, el hecho significó, además, el fin de una rica aventura humana y artística que paso por muchos períodos, absorbió numerosos influjos y los procesó de un modo muy personal, entablando un íntimo diálogo estético entre él y su “día a día”. Y lo hizo con una modestia y una sinceridad muy poco frecuentes.

A pesar de eso, no muchos están familiarizados con su obra porque Hernández es un caso muy singular y paradójico. Entre los poetas de la ‘’generación del 60” destaca como uno de los más auténticos, pero su obra ha tenido una difusión tan reducida que apenas supera la marginalidad. Siempre estuvo relacionado con su entorno aunque de una manera indirecta, era por así decirlo un eterno observador. Fue siempre un modelo de espíritu moderno y rebelde, que permaneció fiel a sus propias expresiones que se constituyeron en el verdadero horizonte de su imaginario-creativo. Además es muy significativo debido a su innovador lenguaje poético al que dotó de libertad a su modo y por cuenta propia sin afiliarse -salvo al principio- a ningún grupo o movimiento. A través de las metamorfosis de su producción mantuvo la misma radical disidencia estética frente a todo.

Su obra es de un carácter profundo, construido con un lenguaje simple que EN ningún momento le resta dicha profundidad, que refleja el dolor y la ternura que significa vivir en este planeta, además, de ser una muestra clara de la realización de sus añoranzas y una búsqueda de sentido a su existencia, una afirmación de ésta. Y todo esto lo hace con una simpleza tan humana que lo acerca a cada uno de nosotros esencialmente.

La facilidad de manejar el lenguaje con gran espontaneidad, pasando de coloquialismos -que no le quita en ningún momento el ritmo- a referencias culturales europeas, confieren a su poesía un tono lúdico y una intensidad que no llega a esconder del todo el fondo de asumida soledad en que se origina. Lo lúdico se presenta, además, con el fin de ridiculizar las trivialidades burguesas y la solemnidad poética. Se puede decir que con Hernández la alegría retorna a la poesía peruana y que desde Carlos Oquendo Amat no hubo expresión más cristalina.

Su obra muestra, además, la huella que le han dejado las lecturas de Ezra Pound, Juan Ramón Jiménez, Francois Mauiri, Verlaine y de los poetas de la generación Beat, siendo, por lo tanto, uno de los primeros poetas peruanos que acoge provechosamente los aportes de la lírica anglosajona, además tiene una notoria influencia de la música, no solo como fuente de inspiración y antídoto contra la muerte, sino, que es el hilo que dota de fluidez a sus poemas.

Hernández está enmarcado en la generación del 60”, de la que también formaron parte Marcos Martos, Javier Heraud, Luis Enrique Tord, Livio Gómez, Arturo Corcuera y Antonio Cisneros. Aunque compartió con ellos aventuras juveniles y sus inicios literarios pronto Hernández se aleja de ese circuito literario oficial (1965) y realiza la mayor parte de su obra desligado de esa generación. Es posible suponer que ese hecho favoreció en un rasgo clave de su evolución: la marginalidad que le permitió asumir el arte como la vía suprema de expresión, para dar a la vida una visión más amplia y completa. Su obra poética gira alrededor de ciertas imágenes que encarna el permanente dilema entre la conciencia de la caducidad y la conciencia de alcanzar lo que está más allá. Pero la verdad es que su obra revela que el autor no avanza ni retrocede, sino, que se transforma a través de ciclos recurrentes. En cada fase Hernández repasa, amplía y renueva lo ya intentado para lanzarse a nuevas experiencias, el hecho de retomar algunos de sus versos es una muestra clara.

Su producción se puede separar en dos etapas: una donde cultiva un intenso lirismo, que lo podemos apreciar en sus breves poemarios: Orilla (1961), Charlie Melnick (1962) y Constelaciones (1965); del que se fue apartando, tan rápida como decisivamente, pues, a partir de su ultima publicación -1965- pasa a una etapa en la que se dedicó a llenar cuadernos, que eran adornados con trazos de múltiples colores; son dibujos finamente infantiles, que de cierto modo complementaban su universo poético. Se habla de más de un ciento de cuadernos pero en la actualidad sólo se conservan un número reducido debido a su carácter único y a la soltura del autor ante éstos, ya que tenia la costumbre de obsequiarlos. A todo este conjunto de trazos en el silencio, que son sus cuadernos, Hernández decidió llamarlos Vox Horrísona: una voz que abarcó tanto los sonidos bellos como desagradables o discordantes. Sin duda su obra es un claro ejemplo del intento de unir lenguas tan distintas como distantes.