03 septiembre 2013

Sobre nuestra generación y el contexto de su producción

Por: Armando Alzamora y David Pérez


Nuestro contexto nos obliga a escapar, a rechazarlo como estipulación hegemónica, a postular en su reemplazo la instauración de renovados ‘’paraísos artificiales’’[1] que alberguen nuestra libertad. Contra el discurso panglossiano de falsos profetas, de productores que exaltan la diversidad y la inclusión como ‘‘banderas’’ del presente, nosotros denunciamos el emputecido espíritu de las masas, la triste conversión del arte en mercancía, la resignación y el morbo con que nuestros ‘‘artistas’’ lamente la moneda más lustrosa. No hay más qué decir: nuestro contexto, malamente, no nos asombra. Puede entenderse ahora con justificación la experimentación narcótica, el sublime impulso de la psicodelia en los lenguajes artísticos, la insospechada mediación de los procesos sugestivos entre el territorio de lo real y lo inventado. Las fronteras son líneas invisibles custodiadas por débiles torres de cristal y espuma (¿quién propició su institución?). Su respectiva abolición es tarea permanente del artista, pues él posee el libre tránsito en la ontología de las cosas: despertar de un lado, bajo la sujeción habitual de la normalidad; y del otro, en el éxtasis ritual de la teúrgia. Pero su libertad debe expurgarse del espíritu posmoderno: hay un valor, un riesgo, un motivo: lo artístico.  
            Nuestra ‘‘generación’’ –si es posible enunciar su existencia– es tema complejo. Ver, por ejemplo, los absurdos debates donde se polemiza inútilmente sobre quién de nuestros contemporáneos posee ya una poética particular, como si sólo bastara con las obras de esa primera juventud para incluir a un artista dentro de esa cansina clasificación que llamamos ‘’generación’’. Pues rechazamos tal categoría en los modos en que se viene planteando y afirmamos no formar parte de ‘‘generación’’ alguna. Dichosa orfandad que celebramos. Nuestro ‘’espíritu de época’’ no proviene del momento específico de la sincronía, es más bien un cúmulo lineal de experiencias, es la suma de esas emociones que despiertan inquietudes auténticas y cuya finitud es incierta. Por eso creemos, más que en el hacer, en el pensar, es decir, desarrollar un sentir egoísta.  
            Hemos hecho hincapié en la cualidad diacrónica del espíritu artístico libre, individual, acéntrico, atemporal. Un artista en la plenitud de su conciencia no puede declararse dentro o de un contexto social específico o de una complejidad histórica abrumante, porque el arte trasciende aquello con lo que convive, lo transmite y lo moldea (al punto acaso de desfigurarlo o revolucionarlo), y finalmente lo abandona cuando su significado llega a la fragmentación y se dispersa. Entonces debemos declararnos fuera del sistema, proclamar la autonomía del artista, renunciar si es posible a nuestra condición de ciudadanos –trágica atadura de tantos creadores, de Ovidio a Villon, de Sade a Thoureau– y actuar desde los márgenes.
            Pero esa libertad no es precisamente un molde, sino una actitud. De esa mala lectura, por ejemplo, la viva ignorancia con la que ciertos artistas imberbes nos acusan de ‘’elitistas enclaustrados en su torre de marfil’’. Se da porque no han comprendido que el egoísmo no se asocia con estética alguna, sino con una ideología contrahegemónica que defiende únicamente la individualidad y de la cual, por consiguiente, surgen múltiples estéticas. 
            Vallejo –‘’terrícola mayor’’, como lo llama el camarada Boceli– nos enseña que únicamente en una sociedad socialista puede surgir (el mal entendido) l’art pour l’art. Y, como artista, podría deducirse que la Sociedad Socialista era su meta. Sin embargo, ¿hemos visto en Vallejo un solo verso comprado? Hacia ahí va el egoísmo: un arte revolucionario por sí solo. Pero, “ay del camino”, preguntamos: ¿tenemos que contentarnos y moldearnos? No. Hablamos desde una ética, precisamente de una ética tal como la entendía y profesaba Bajtin, responsabilizándonos de nuestra deuda, latente hasta en la manera de andar. Ética responsable, política desde el sentido aristotélico, actitud. Lo demás podrá decirlo la historia (¿pero qué historia?).
            Vallejo también nos enseña que el artista comprometido[2] debe crear una sensibilidad nueva, y bajo esa responsabilidad iremos a dar en la diana. Ello nos recuerda a un principio samurái: ‘’Anda a la pelea con el solo objetivo de pelear de la forma más bella, la victoria vendrá por añadidura’’.  
            Imagínense un campo minado por doquier. Pero imagínense que las personas inmersas en dicho territorio se han vuelto inmunes al dolor de las explosiones y caminan libremente sin importar cómo se desbaratan. Ahora imaginen que de esas minas, en vez de surgir ráfagas y esquirlas, surge una gran cantidad de mierda. Pues ése es nuestro contexto. Y esa gente es la ‘’generación’’. ¿Podemos admitir sin más que compartimos la actitud de nuestros contemporáneos? Un artista como Onetti, gozne de dos tradiciones aparentemente antagónicas, podía jactarse con mucha razón de no ser parte ni del Regionalismo ni del Boom: jamás fue parte de la ‘’mierda’’. No hablamos del talento que bien pudieron tener autores reaccionarios o mediáticos, sino de esa búsqueda enfermiza de la estabilidad ideal para el ejercicio literario (producto de la incursión política o la ‘’profesionalización’’[3]) que gozaron muchos autores tales como Darío, Gallegos, Asturias, Carpentier, Vargas Llosa, Fuentes, entre otros. Por eso su provocadora afirmación resuena, ahora, implacable: ‘’Yo escribo solamente’’. ¿Dónde, entonces, los compromisos, las resignaciones? ¿Qué la littérature engagée sino una redundancia sobre algo que de por sí revoluciona? Eso, Onetti lo entendió a la perfección, razón por la que jamás precisó una abierta militancia. Su posterior rescate y reconocimiento no es otra cosa que la consecuencia inercial de una comprensión profunda, vasta e infinita de una labor innegociable.

            Decir a estas alturas que el egoísmo no responde a las necesidades actuales (que no respondió a las pasadas ni responderá a las futuras) es una tonta necedad barata de aspiraciones populistas. Si el pueblo los escucha, los comprende y los aclama como artistas comprometidos, lleven pues su arte a todos los rincones y báñense de gloria; nosotros, mientras tanto, sólo gastaremos nuestras energías en crear. Y lo demás… podrá llegar acaso por añadidura.




[1] Respecto a este libro, compartimos esta cita reveladora en la que Baudelaire expone su confrontación de lo real con lo imaginario, y su respectiva valoración: ‘’La sensatez nos dice que las cosas de la Tierra bien poco existen, y que la verdadera realidad sólo está en los sueños”.

[2] ¡Qué hermoso sentido da Vallejo a este adjetivo, tan lejos de su uso vulgar!

[3] Usamos aquí el significado que le da Ángel Rama al término, en el sentido de ‘’escritores a sueldo’’. Ver ‘’El boom en perspectiva’’, en Escritura. Teoría y crítica literaria. Nro 7, Enero-Junio 1979.

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