Por: Armando
Alzamora y David Pérez

Nuestra
‘‘generación’’ –si es posible enunciar su existencia– es tema complejo. Ver,
por ejemplo, los absurdos debates donde se polemiza inútilmente sobre quién de
nuestros contemporáneos posee ya una poética particular, como si sólo bastara
con las obras de esa primera juventud para incluir a un artista dentro de esa
cansina clasificación que llamamos ‘’generación’’. Pues rechazamos tal categoría
en los modos en que se viene planteando y afirmamos no formar parte de
‘‘generación’’ alguna. Dichosa orfandad que celebramos. Nuestro ‘’espíritu de
época’’ no proviene del momento específico de la sincronía, es más bien un
cúmulo lineal de experiencias, es la suma de esas emociones que despiertan
inquietudes auténticas y cuya finitud es incierta. Por eso creemos, más que en
el hacer, en el pensar, es decir, desarrollar un sentir
egoísta.
Hemos
hecho hincapié en la cualidad diacrónica del espíritu artístico libre,
individual, acéntrico, atemporal. Un artista en la plenitud de su conciencia no
puede declararse dentro o de un contexto social específico o de una complejidad
histórica abrumante, porque el arte trasciende aquello con lo que convive, lo transmite
y lo moldea (al punto acaso de desfigurarlo o revolucionarlo), y finalmente lo
abandona cuando su significado llega a la fragmentación y se dispersa. Entonces
debemos declararnos fuera del sistema, proclamar la autonomía del artista,
renunciar si es posible a nuestra condición de ciudadanos –trágica atadura de
tantos creadores, de Ovidio a Villon, de Sade a Thoureau– y actuar desde los
márgenes.
Pero
esa libertad no es precisamente un molde, sino una actitud. De esa mala
lectura, por ejemplo, la viva ignorancia con la que ciertos artistas imberbes
nos acusan de ‘’elitistas enclaustrados en su torre de marfil’’. Se da porque
no han comprendido que el egoísmo no se asocia con estética alguna, sino con
una ideología contrahegemónica que defiende únicamente la individualidad y de
la cual, por consiguiente, surgen múltiples estéticas.
Vallejo
–‘’terrícola mayor’’, como lo llama el camarada Boceli– nos enseña que
únicamente en una sociedad socialista puede surgir (el mal entendido) l’art
pour l’art. Y, como artista, podría deducirse que la Sociedad Socialista
era su meta. Sin embargo, ¿hemos visto en Vallejo un solo verso comprado? Hacia
ahí va el egoísmo: un arte revolucionario por sí solo. Pero, “ay del camino”,
preguntamos: ¿tenemos que contentarnos y moldearnos? No. Hablamos desde una
ética, precisamente de una ética tal como la entendía y profesaba Bajtin,
responsabilizándonos de nuestra deuda, latente hasta en la manera de andar.
Ética responsable, política desde el sentido aristotélico, actitud. Lo
demás podrá decirlo la historia (¿pero qué historia?).
Vallejo
también nos enseña que el artista comprometido[2]
debe crear una sensibilidad nueva, y bajo esa responsabilidad iremos a dar en
la diana. Ello nos recuerda a un principio samurái: ‘’Anda a la pelea con el
solo objetivo de pelear de la forma más bella, la victoria vendrá por
añadidura’’.
Imagínense
un campo minado por doquier. Pero imagínense que las personas inmersas en dicho
territorio se han vuelto inmunes al dolor de las explosiones y caminan
libremente sin importar cómo se desbaratan. Ahora imaginen que de esas minas,
en vez de surgir ráfagas y esquirlas, surge una gran cantidad de mierda. Pues
ése es nuestro contexto. Y esa gente es la ‘’generación’’. ¿Podemos admitir sin
más que compartimos la actitud de nuestros contemporáneos? Un artista como
Onetti, gozne de dos tradiciones aparentemente antagónicas, podía jactarse con
mucha razón de no ser parte ni del Regionalismo ni del Boom: jamás fue
parte de la ‘’mierda’’. No hablamos del talento que bien pudieron tener autores
reaccionarios o mediáticos, sino de esa búsqueda enfermiza de la estabilidad
ideal para el ejercicio literario (producto de la incursión política o la
‘’profesionalización’’[3])
que gozaron muchos autores tales como Darío, Gallegos, Asturias, Carpentier,
Vargas Llosa, Fuentes, entre otros. Por eso su provocadora afirmación resuena,
ahora, implacable: ‘’Yo escribo solamente’’. ¿Dónde, entonces, los compromisos,
las resignaciones? ¿Qué la littérature engagée sino una redundancia
sobre algo que de por sí revoluciona? Eso, Onetti lo entendió a la perfección,
razón por la que jamás precisó una abierta militancia. Su posterior rescate y
reconocimiento no es otra cosa que la consecuencia inercial de una comprensión
profunda, vasta e infinita de una labor innegociable.
Decir a estas alturas que el egoísmo no responde a las
necesidades actuales (que no respondió a las pasadas ni responderá a las
futuras) es una tonta necedad barata de aspiraciones populistas. Si el pueblo
los escucha, los comprende y los aclama como artistas comprometidos, lleven
pues su arte a todos los rincones y báñense de gloria; nosotros, mientras
tanto, sólo gastaremos nuestras energías en crear. Y lo demás… podrá llegar
acaso por añadidura.
[1]
Respecto a este libro, compartimos esta cita reveladora en la que Baudelaire
expone su confrontación de lo real con lo imaginario, y su respectiva
valoración: ‘’La sensatez nos dice que las cosas de la Tierra bien poco
existen, y que la verdadera realidad sólo está en los sueños”.
[2]
¡Qué hermoso sentido da Vallejo a este adjetivo, tan lejos de su uso vulgar!
[3]
Usamos aquí el significado que le da Ángel Rama al término, en el sentido de
‘’escritores a sueldo’’. Ver ‘’El boom en perspectiva’’, en Escritura.
Teoría y crítica literaria. Nro 7, Enero-Junio 1979.
No hay comentarios:
Publicar un comentario