17 julio 2008

Decir callando

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»» Por: César Copacondori

¡Señores no todo es lenguaje! ¡No somos seres en el lenguaje! Somos seres en el silencio, en el vacío de una posible apertura...:

No queda más que la postergación del decir; decir que, siendo dicho, se cuestiona en el decir, y se posterga porque pertenece a lo no dicho. Lo no dicho, como tal, no es un punto, como lo que podría descubrirse debajo de los escombros de un ente conceptual. Lo no dicho pertenece a lo dicho en el sentido de que es lo no dicho de lo dicho. Por eso repetimos, que no reiteramos. Repetir es volver a traer de nuevo, recoger lo no dicho en lo ya dicho, ponernos en situación de empatía o de que la palabra que se escucha acaezca en nosotros, que caiga sobre este momento de soledad.

Ahora ¿qué sucede cuando bordeo el decir?... Simplemente repito.

La onda «subte» y los colvulsionados años '80

Por: Armando Alzamora

Encontré en la web esta interesante crónica del escritor Martín Roldán Ruiz, en la que busca, a partir de una fotografía, reflejar la efervescencia juvenil de una época muy particular: la década de los ochenta. La imagen fue publicada justamente en la portada de su primera novela: «Generación cochebomba». A continuación, toda la nota completa en la que Roldán Ruiz da muestra de su talento no sólo como narrador, sino también como cronista.


HISTORIA DE UNA FOTO SUBTE

Envidio a los fotógrafos porque eternizan un instante cualquiera de la vida. Porque convierten ese instante simple, en un instante eterno que con el paso del tiempo nos evoca sensaciones, recuerdos o sentimientos. Tan importantes que muchas veces nos arrancan una sonrisa, una lágrima, un suspiro. Tristeza o felicidad. “Ay vejete y revejete, por más que hagamos, al final nos convertimos en recuerdo o en fotografía”, dice Ludo Tótem personaje de Julio Ramón Ribeyro en Los geniecillos dominicales. Hoy más que nunca le doy la razón.
Veinte años después, mis recuerdos de la Lima de los ochenta siguen siendo de un gris melancolía, que equilibra la sensación de miedo por haber vivido en una ciudad violenta. De ver las veredas moverse al ritmo de la canción Ratas callejeras de Eutanasia; de sentir los postes vibrar con el coro de Astalculo de Leuzemia. O, más tranquilo, de ver morir el sol desde la azotea de mi edificio, mientras sonaba una de las Cúrsiles Romanzas de Daniel F: “Volveré cuando me vaya y si no regreso, vengo”. Y hoy volví.
La vida se nos hacia un nudo en la garganta y para los que fuimos jóvenes, a los que ahora llaman ochenteros, lo único que nos quedaba era gritar todo nuestra angustia y anhelos de un mundo mejor, restregándole a la sociedad peruana –Abimael y Alan incluidos– toda la mierda que ellos habían hecho de nuestras vidas. Para eso nació también el Rock Subterráneo.
Viendo esta foto de 1987, tomada en la esquina del jirón Chincha con la avenida Wilson, en la calle donde quedaba la discoteca No Helden, me pregunto qué pasaba por las cabezas de esos muchachos, de qué se estaban riendo, qué es lo que estaban mirando. Me pregunto si para ellos el mañana era un No Futuro o el futuro era un No Mañana. Si el día a día acababa con una sensación de atentado, apagón o paquetazo. Si la vida acelerada llenaba sus pequeños mundos aún expectantes por el puede ser; a diferencia del mundo gris, como la foto, que los rodeaba y que parecería estar desenfocado en sus pupilas.
Sin habérselo propuesto alguna vez, estos subtes fueron parte de un movimiento que marcó huella en su época. Con sus gritos destemplados y viscerales, con sus canciones llenas de mierdas y desesperanzadas puteadas, con su estética del reciclaje; y, sobre todo, con su honestidad para decir las cosas tal como son, lograron que se replantearan muchos dogmas en la música y las artes plásticas en el Perú. La vanguardia en general.
Alguna vez, una esquina como esa, me atrapó en la órbita de un trago de mala caña. Quizá junto a algunos de la foto. Y, al igual que en ese momento, no mirábamos el mañana, que ahora es el ayer. Para que no queden en el anonimato de ese pasado, acá van algunos apodos que aún la memoria no ha borrado con los años, de algunos no sé hasta ahora sus verdaderos nombres: Cachaciento y con casaca de cuero negra, el chino Daniel (Ex guitarra de Autonomía) Mirando fijamente a la cámara, en actitud bien Glam, Pedro B (Guitarra y voz de la banda Ska, Sicosis) El que sigue no lo recuerdo. Con polo blanco y al parecer cagándose de frío, porque todos están bien encasacados, Luis Berrocal (Editor del fanzine El Sotano Beat, y quien me facilito la foto) Mirando siempre a un lado, siempre a la alterna, nunca de frente o derecho, el combativo Richi Lakra (Editor del fanzine Poetas del Asfalto) El último de la fila, y creo que es sintomático que tenga una mano metida en el bolsillo, Pepe Asfixia (Bajista de Eutanasia) El primer sentado me dicen que es el Vandálico, yo lo recuerdo con otra cara. De gorrito, a lo Daniel F en los primeros años de Leuzemia, el Nico (Guitarra de Eutanasia) Siempre escuálido, con sus pelos parados, el Yucatán. El que está sentado de negro no lo recuerdo. Arriba, y que parece recién salido de Bergen Belsen o de Auschwitz, el Pelao Kike o también conocido como Kike Excomulgado (cantante de Eutanasia) el siguiente de bigotes, con peinado New Wave, es otro que no recuerdo. Y por último, sin más presentación, Saúl Omiso (Cantante del grupo más radical de todos los que ha habido sobre la tierra: Sociedad de Mierda. Posteriormente lo fue también de TBC)
Muchos de ellos tomaron rumbos distintos, como el chino Daniel que ahora reside en Francia. O como Nico, el Pepe Asfixia y el Pelao Kike que viven en Alemania. Otros se quedaron por estos lares para hacer su música y desarrollar su arte poétika, como Pedro B o el Richi Lakra, o Luis Berrocal que realiza la titánica labor de rescatar las raíces del Rock hecho en el Perú. O como Yucatán que ahora disfruta de su libertad que por años le fue negada, o como Saúl Omiso, el único de quien se puede decir que se ha convertido en recuerdo y fotografía. Y para los que lo vimos cantar sobre un escenario… ¡Qué tal recuerdo! Jamás se nos olvidará esa energía, esa rabia, esos ojos desorbitados y esa visceral voz que no eran más que el rostro sincero, honesto y desesperado de los tiempos que le tocó vivir.
¿Y esa esquina? Tampoco existe, ahora es parte de un condominio de Mi Vivienda. Tampoco está más la discoteca No Helden, en su lugar hay un salón de clases de un instituto. ¿Sabrán los nuevos jóvenes que se buscan un futuro en esa aula, que allí mismo cientos de jóvenes iguales a ellos, danzaron los ritmos de la desesperanza, los ritmos de un futuro negado? No recuerdo qué grupo español cantaba esta letra, quizá era Ultimo Resorte, pero creo que cae a pelo: “Somos el futuro, somos el progreso, somos tu futuro de carne y hueso”.Hoy, veinte años después, sigo recordando esos años como el color gris de esa foto, con el color gris de la melancolía.
Foto: Atribuida al Poggi 100, pata de Filosofía de San Marcos que se dedicó por años a registrar a la mancha Subte, su nombre es tan desconocido como su paradero. Si alguno reconoce a los que no recuerdo háganlo saber.

Tener un ideal y morir joven: Luis Hernández Camarero.

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»» Por: Luis Mendoza.

Como cuando vivías
Cantarás,
Aunque no vuelvas.

La triste desaparición física de Luis Guillermo Hernández Camarero, acaeció el 3 de octubre de 1977, en Santos Lugares, Argentina; fue y seguirá siendo una gran pérdida para la poesía peruana.

Como si eso fuese poco, el hecho significó, además, el fin de una rica aventura humana y artística que paso por muchos períodos, absorbió numerosos influjos y los procesó de un modo muy personal, entablando un íntimo diálogo estético entre él y su “día a día”. Y lo hizo con una modestia y una sinceridad muy poco frecuentes.

A pesar de eso, no muchos están familiarizados con su obra porque Hernández es un caso muy singular y paradójico. Entre los poetas de la ‘’generación del 60” destaca como uno de los más auténticos, pero su obra ha tenido una difusión tan reducida que apenas supera la marginalidad. Siempre estuvo relacionado con su entorno aunque de una manera indirecta, era por así decirlo un eterno observador. Fue siempre un modelo de espíritu moderno y rebelde, que permaneció fiel a sus propias expresiones que se constituyeron en el verdadero horizonte de su imaginario-creativo. Además es muy significativo debido a su innovador lenguaje poético al que dotó de libertad a su modo y por cuenta propia sin afiliarse -salvo al principio- a ningún grupo o movimiento. A través de las metamorfosis de su producción mantuvo la misma radical disidencia estética frente a todo.

Su obra es de un carácter profundo, construido con un lenguaje simple que EN ningún momento le resta dicha profundidad, que refleja el dolor y la ternura que significa vivir en este planeta, además, de ser una muestra clara de la realización de sus añoranzas y una búsqueda de sentido a su existencia, una afirmación de ésta. Y todo esto lo hace con una simpleza tan humana que lo acerca a cada uno de nosotros esencialmente.

La facilidad de manejar el lenguaje con gran espontaneidad, pasando de coloquialismos -que no le quita en ningún momento el ritmo- a referencias culturales europeas, confieren a su poesía un tono lúdico y una intensidad que no llega a esconder del todo el fondo de asumida soledad en que se origina. Lo lúdico se presenta, además, con el fin de ridiculizar las trivialidades burguesas y la solemnidad poética. Se puede decir que con Hernández la alegría retorna a la poesía peruana y que desde Carlos Oquendo Amat no hubo expresión más cristalina.

Su obra muestra, además, la huella que le han dejado las lecturas de Ezra Pound, Juan Ramón Jiménez, Francois Mauiri, Verlaine y de los poetas de la generación Beat, siendo, por lo tanto, uno de los primeros poetas peruanos que acoge provechosamente los aportes de la lírica anglosajona, además tiene una notoria influencia de la música, no solo como fuente de inspiración y antídoto contra la muerte, sino, que es el hilo que dota de fluidez a sus poemas.

Hernández está enmarcado en la generación del 60”, de la que también formaron parte Marcos Martos, Javier Heraud, Luis Enrique Tord, Livio Gómez, Arturo Corcuera y Antonio Cisneros. Aunque compartió con ellos aventuras juveniles y sus inicios literarios pronto Hernández se aleja de ese circuito literario oficial (1965) y realiza la mayor parte de su obra desligado de esa generación. Es posible suponer que ese hecho favoreció en un rasgo clave de su evolución: la marginalidad que le permitió asumir el arte como la vía suprema de expresión, para dar a la vida una visión más amplia y completa. Su obra poética gira alrededor de ciertas imágenes que encarna el permanente dilema entre la conciencia de la caducidad y la conciencia de alcanzar lo que está más allá. Pero la verdad es que su obra revela que el autor no avanza ni retrocede, sino, que se transforma a través de ciclos recurrentes. En cada fase Hernández repasa, amplía y renueva lo ya intentado para lanzarse a nuevas experiencias, el hecho de retomar algunos de sus versos es una muestra clara.

Su producción se puede separar en dos etapas: una donde cultiva un intenso lirismo, que lo podemos apreciar en sus breves poemarios: Orilla (1961), Charlie Melnick (1962) y Constelaciones (1965); del que se fue apartando, tan rápida como decisivamente, pues, a partir de su ultima publicación -1965- pasa a una etapa en la que se dedicó a llenar cuadernos, que eran adornados con trazos de múltiples colores; son dibujos finamente infantiles, que de cierto modo complementaban su universo poético. Se habla de más de un ciento de cuadernos pero en la actualidad sólo se conservan un número reducido debido a su carácter único y a la soltura del autor ante éstos, ya que tenia la costumbre de obsequiarlos. A todo este conjunto de trazos en el silencio, que son sus cuadernos, Hernández decidió llamarlos Vox Horrísona: una voz que abarcó tanto los sonidos bellos como desagradables o discordantes. Sin duda su obra es un claro ejemplo del intento de unir lenguas tan distintas como distantes.